Las penas intentaban refugiarse entre los matorrales, pero inocentes ellas cayeron en brazos de la ventisca que solo callaba su voz y alejaba su cariño.
Soledad cuyos ruegos alcanzaron los recodos inmaduros de su corazón, y ella, con el sutil desdén envolvía en su pañuelo la malnacida frase que destruyo su vida.
Adiós.
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