miércoles, 7 de septiembre de 2011

Miserable

Acaeció  en  una  lóbrega  calle.
El  afligido  guiñapo  tropezaba  con  su  sombra. Respiraba  hondo, pero  esto  no  sosegaba  su  incansable  sed, o  su  intenso  deseo  por  caer.
Se  aproximó  con  incertidumbre  hasta  la  morada, la  gente  lo  observaba  y  ni  siquiera   lastima  despertaba.
Fisgoneó  a  través  de  la   ventana, el  masoquismo  pudo  más  que  la  desesperación. Allí  estaba  ella, gesto  maduro, inmutable  mirada. Los  infantes  y  el eco  de  su  alegría; el  patriarca  arbitrariamente  disfrutaba.
Acaeció  en  una  lóbrega  calle. Nadaba  en  un  hediondo  charco, porque  ni  siquiera  la  muerte  le  tendió  la mano.

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