Te traté como una princesa, pero eras una cualquiera.
Los rumores eran tu peor enemigo. No sé sí te percataste.
Ellos hablaban y hablaban, yo, te amaba en silencio. Ese amor invidente y crédulo, el que nunca inquiría, el que nunca desconfiaba.
Reo del pensamiento, tu nombre era motivo del insoluble sueño infantil.
Así era, así es.
Ante tantas falacias, arriesgué el frágil sosiego que me aconsejaba. Me escabullí como el espía en la oscuridad. Peldaño tras peldaño, el largo pasadizo se encogió ante las presurosas zancadas.
Allí divisé como te estrujabas ante las viriles maniobras de un ocasional amante. Como te obsequiabas a tu libre albedrío.
Un segundo fue suficiente, una vida nunca lo fue.
Te traté como una princesa, pero eras una cualquiera.
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