Te perdonó a pesar de todo.
Niña caprichosa que reclama lo inaudito. Un monigote que sabe de tu equivocación, pero aún así te da la razón.
Tus ojos escudriñaron la mirada que pretendía emitir un juicio. Fue la ternura en forma de lanza, calando sin titubear en el blandengue ser de una rala imitación de inquisidor.
Recogiste tu antojo y disfrutaste, y me permitiste hacerlo, y te regocijaste ante los demás, y te burlaste, y deje que lo hicieras, y me aproveche sin contemplaciones.
Estábamos tan errados.
Podía saborear tu aliento, no me importó ni tu condición maternal, ni tu estatus de señora. Mil veces me maldigo.
Creyéndote una infanta corrí contra la marea ahogándome en mis palabras. Aquellas falacias adornaban tu criterio y perfumaban el veneno.
No te puedo perdonar, cuando el único culpable soy yo.