La opacidad de tu rostro era el néctar insaciable de mis anhelos.
Dudé al decírtelo, y profanando mis retraídos sueños, fuiste la madeja que el eterno compositor no pudo descifrar.
Cada palabra fluía con la parsimonia timidez del audaz adolescente; disculpa, no entendí tu amor y fui adicto a mis temores.
Hasta siempre.